Sensaciones de libertad
El anciano estaba sentado solo, a la sombra de un pino marítimo, en el gran parque adyacente al colegio. A su alrededor, los niños alegres, polvorientos y sonrientes, se perseguían unos a otros, con la cara enrojecida, a una velocidad vertiginosa, hasta que se zambulleron, exhaustos pero felices, en el césped, como si fuera un colchón suave y ordenado.
El joven, con pasos encorvados, se acercó al banco. Llevaba la cabeza cubierta por una capucha, grandes gafas oscuras, esmalte negro pelado en las uñas y grandes auriculares plateados que le cubrían por completo los oídos. Movía la cabeza, inclinado sobre el teléfono inteligente, rítmicamente, siguiendo el compás de una música incomprensible, de la que sólo se oía un zumbido metálico.
El anciano le miró con suspicacia mientras el cigarrillo ardía entre sus dedos delgados, arrugando ligeramente la frente, interrogante. De repente, el joven se dio la vuelta y, sintiéndose observado, se bajó los auriculares y preguntó perentoriamente: "¿Pasa algo? ¿Qué estás mirando?".
"Nada", respondió el anciano, "tenía curiosidad por tu camiseta... ¿sabes lo que pone?". "Claro que lo sé... ¿cree que soy un ignorante? Pone "Freedom", que significa libertad”.
"¿Y sabes lo que significa libertad?", insistió el anciano, que a estas alturas ya había entrado de lleno en el debate. "Claro que lo sé...", reanudó el joven, aturdido por la aparente banalidad de aquella pregunta, formulada por aquel extraño personaje de barba blanca en aquella soleada tarde de mediados de marzo. "¡Libertad es hacer lo que uno quiere, cuando uno quiere... es llegar a casa a la hora que me dé la gana, divertirme, no darle importancia a nada! Libertad es estar suelto, pensar sólo en uno mismo, ¡no tener que rendir cuentas a nadie de tus actos!".
El anciano, al oír la respuesta, volvió la mirada hacia el joven y, con una tímida sonrisa, dijo en voz baja, moviendo ligeramente la cabeza: "No importa... entiendo... que tengas un buen día".
"Pues ¿qué es la libertad?" preguntó el joven con curiosidad, interesado ahora en continuar la conversación.
"Bueno", comenzó el anciano, "la libertad es ante todo sufrimiento. Es conciencia, es mirar a la realidad a la cara, aunque sea dolorosa. La libertad es el sorbo de agua clara y fresca de manantial tras un largo y tortuoso viaje de autodescubrimiento. Es la mirada cansada pero satisfecha de un padre que ve los progresos de su hijo. Es la caricia de una madre a una criatura recién nacida. Es tener valores por los que luchar, defenderlos hasta el final en medio de mil dificultades, en medio de los juicios de la mayoría, sin ceder a compromisos. La libertad es participar en el gran juego, cruzar la vida, no dar vueltas alrededor de ella. Es el fuego que arde en el corazón cuando uno se siente parte activa, creador de un proyecto, que implica, cansa, estimula el cuerpo y la mente. La libertad es existencia pura, palpitante. Es romper la corteza, derribar la superestructura, llegar a la médula, para alimentarse de ella y sacar fuerzas. La libertad es ir más allá de la valla construida a propósito, es algo más que un espacio libre. Es el sentido profundo por el que respiramos, es la bofetada en la cara que regenera, sacude, abre bien los ojos. La libertad es lucha, acción, deseo. Es la savia que corre por las venas y te hace sentir vivo entre los muertos, despierto entre los dormidos.”
El joven se quedó boquiabierto. Nunca nadie le había dirigido unas palabras tan perentorias y contundentes, impregnadas de experiencia. El anciano se quedó sin aliento. Encendió otro cigarrillo y miró fijamente al chico que, con los ojos casi llorosos, volvió a ponerse las gafas de sol para no dejar traslucir sus emociones. Ahora estaban frente a frente, en silencio. El joven, armándose de valor, tendió la mano al anciano que, con una vehemencia fuera de lo común para su edad, se la estrechó sinceramente, a la antigua usanza, como si quisiera sellar un pacto entre caballeros.
El chico entonces se levantó y, sin pronunciar palabra, se dirigió hacia la salida del parque, llevando de nuevo sus grandes auriculares y la capucha, avanzando, esta vez, con paso más decidido, como vigorizado por aquel encuentro insólito.
El anciano se quedó pensando. No sabía si el joven atesoraría la experiencia, sus palabras, o si, al día siguiente, olvidaría lo ocurrido. Todo lo que sabía era que durante aquella tarde soleada de mediados de marzo, en lo que parecía un día normal como tantos otros en los últimos tiempos, había experimentado una sensación que no había sentido en mucho tiempo. Había vuelto a sentirse libre.
Fuente: https://www.weltanschauung.info/2023/03/sensazioni-di-liberta.html
Traducido por Counterpropaganda