El otro día, mientras estaba sentado tomando un café en el mercadillo local de los domingos por la mañana, me di cuenta de lo feliz que parecía todo el mundo, a pesar de todo lo que está pasando aquí en Francia.
Mirando percheros de ropa o cajas de libros de segunda mano, cruzándose con amigos y sonriendo, charlando en torno a las mesas de la cafetería, estas personas estaban evidentemente encantadas de haberse reunido bajo el fresco sol primaveral.
Lo mismo ocurre con las pequeñas reuniones del grupo pro-libertad de nuestro pueblo.
Aquí dedicamos nuestro tiempo, entre comer y beber, por supuesto, a hablar de los peligros que nos acechan y de cómo podemos contribuir mejor a contrarrestarlos, pero hemos constatado el placer que nos produce el mero hecho de estar allí los unos con los otros.
Experimenté una forma aguda de este sentimiento en marzo de 2021, en el corazón de la sombría represión covidiana, cuando viajé a la pequeña ciudad de Les Vans para asistir a una desafiante fiesta de la resistencia, en la que participaron los músicos rebeldes HK et les Saltimbanks.
La alegría que todos sentimos al volver a estar juntos, al caminar, bailar y cantar como uno solo, sin mascarillas ni miedo, fue de las que hacen literalmente derramar lágrimas.
¿Qué es exactamente esa poderosa y primigenia oleada de felicidad que corre por nuestras venas cuando estamos unidos a otras personas con algún tipo de objetivo común, incluso cuando ese objetivo es simplemente divertirnos?
En el espíritu de la terminología que desarrollé en The Withway (El "con-camino"), diría que es "con-energía", el poder que encontramos dentro de nosotros cuando somos conscientes de nuestra pertenencia a algo más grande que nuestro ser individual.
El sistema sabe que esta energía es su mayor enemigo.
Lo demostró descaradamente con sus exigencias de "distanciamiento social", con el pretexto de Covid, junto con una serie de medidas "de emergencia" destinadas a garantizar que nos reuniéramos con el menor número posible de personas en la vida real y que todas nuestras relaciones estuvieran mediadas por su matrix de control.
Pero, en realidad, lleva mucho tiempo trabajando con el mismo objetivo, destruyendo comunidades humanas por doquier, sustituyendo las relaciones horizontales por las verticales, vendiendo un credo de pseudoindividualismo en el que se supone que cada uno de nosotros debe ser al mismo tiempo dócilmente obediente al poder central y ciegamente insensible a las necesidades y deseos de nuestros conciudadanos.
Siempre busca dividirnos, en anti-esto y pro-esto, anti-eso y pro-eso, en "izquierda" y "derecha", en el equipo rojo y el equipo azul, en cientos de "géneros" e "identidades" diferentes, en sucesivas generaciones que rechazan todo lo que sus padres y abuelos llegaron a pensar y cuyos puntos de vista y gustos han sido deliberadamente fabricados para que no puedan disfrutar de ninguna referencia al pasado y sólo puedan guiarse por la moral invertida del propio sistema.
Sin embargo, los bandidos globales se engañan seriamente si imaginan que todo esto logrará eliminar nuestra "con-energía" innata.
Su "filosofía" barata imagina que las personas no son más que individuos separados, unidades aleatorias que pueden ser unidas o separadas unas de otras por la mano firme de su autoridad.
Y, desde luego, no es así. Una de las ideas fundamentales de la tradición radical orgánica es que el nivel individual del ser - de crucial importancia como único canal directo e impoluto entre el alma colectiva y el reino físico - no es el único.
La realidad, de la que no siempre somos conscientes debido a la necesidad práctica de ocuparnos de nuestra vida individual, es que no somos más que florecimientos temporales de una entidad orgánica mayor, que abarca no sólo a la humanidad, sino a toda la naturaleza y, de hecho, al universo.
El hormigueo de "con-energía" que sentimos cuando se nos recuerda nuestra pertenencia a un aspecto de ese organismo superior es una sensación que tiene lugar dentro del cuerpo del Todo, una sensación compartida de existir a una escala más grande que la meramente individual.
De hecho, esa pertenencia siempre está ahí, por lo que estos momentos de placer compartido equivalen a un redescubrimiento de algo de lo que, en lo más profundo de nuestra sangre, nuestros huesos y nuestro vientre, ya éramos conscientes.
La alegría que experimentamos al reunirnos con otras personas es la alegría de recordar nuestra pertenencia a una entidad natural superior, la alegría de recordar quiénes somos.
El sistema quiere que olvidemos. Quiere que olvidemos nuestra historia, quiere que olvidemos todos los crímenes que ha cometido contra nosotros, quiere que olvidemos que necesitamos amor y libertad para florecer, quiere que olvidemos que pertenecemos a algo mucho más antiguo y mucho más poderoso que su efímero imperio basado en el dinero.
Pero la ignorancia o la negación de esa pertenencia no afecta su realidad.
Cuando nos reunimos y sentimos "con-energía", conectamos con esa realidad.
Cuando entendemos lo que es esta "con-energía", estamos recordando esa realidad.
Cuando, juntos, utilicemos conscientemente nuestra "con-energía" para reclamar nuestra pertenencia a esa realidad, seremos tan fuertes y libres que ningún sistema podrá sujetarnos.
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Traducido por Counterpropaganda