¿Qué es la democracia? - Iain Davis
Basándome en el artículo original que publiqué en 2022, y teniendo en cuenta el posterior alejamiento de la llamada “democracia representativa”, es fundamental que tengamos claro qué es realmente la democracia. De lo contrario, ¿cómo vamos a saber lo que queremos o lo que estamos dispuestos a defender?
Empecemos por aclarar qué no es la democracia. La mayoría de la gente piensa que la democracia consiste en elegir líderes o “representantes”. A eso se le llama “democracia representativa”, y en realidad es casi lo contrario de una democracia auténtica.
Como concepto, la democracia representativa hace aguas desde el principio. Su objetivo principal es elegir a unos representantes que formen un gobierno que dirigirá tu vida. La justificación para esto es que, supuestamente, no somos capaces de gobernarnos a nosotros mismos.
Por tanto, quienes eligen gobiernos de democracia representativa asumen que nadie en la sociedad es capaz de responsabilizarse de su propia vida. Salvo, claro está, ese pequeño grupo de representantes a los que se vota. Esos representantes, entonces, deben de ser seres excepcionales. No solo saben gobernarse a sí mismos —algo que, se supone, el resto no puede hacer—, sino que también tienen la capacidad de gobernar la vida de los demás. Es decir, la gente elige a supuestos seres mágicos como sus representantes.
A los votantes se les dice que la democracia representativa les permite ejercer un “control democrático”, y que eso guarda relación con la democracia. Pero el control democrático sobre los políticos electos no es un principio democrático. En realidad, la democracia representativa es antidemocrática.
El término “democracia representativa” lo utilizan los gobiernos y sus voceros para vender una forma de autoridad dictatorial a personas que no saben realmente qué significa la democracia. Además, los pocos “ideales democráticos” que supuestamente encarna la democracia representativa son sistemáticamente ignorados por los gobiernos representativos, siempre que resulta incómodo respetarlos.
En su ensayo de 1949 Ciudadanía y clase social, el sociólogo británico T. H. Marshall describía los ideales democráticos como un sistema funcional de derechos, y defendía que eran componentes necesarios en los sistemas de democracia representativa. Entre esos derechos están la libertad de pensamiento y expresión (incluyendo la libertad de expresión y la protesta pacífica), y el derecho a la justicia y a la igualdad de oportunidades ante la ley.
Poca gente negaría que un sistema de democracia representativa tiene que respetar y mantener estos ideales democráticos si pretende tener alguna legitimidad como “democracia”. Sin embargo, esos valores son ignorados constantemente por los representantes “mágicos” que la gente sigue eligiendo y obedeciendo sin cuestionar.
Aunque los políticos de la democracia representativa suelen alabar públicamente esos ideales democráticos, lo hacen sobre todo para atacar a otros políticos “democráticos” a quienes acusan de haberlos traicionado. Rara vez hay un compromiso real con respetarlos. Esto hace que la idea de la democracia representativa sea aún más ilógica y, francamente, absurda. ¿Qué creen exactamente que están votando?
Por ejemplo: tomemos la reciente Ley Europea de Libertad de los Medios de Comunicación (EMFA). Mientras presumía de las supuestas garantías para los medios incluidas en dicha ley, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que no ha sido elegida democráticamente, sino designada, fue abucheada e increpada mientras hablaba en Finlandia.
En respuesta, ella dijo:
"A quienes están aquí gritando y vociferando tan alto: pueden alegrarse de estar en un país tan libre como Finlandia, donde la libertad de expresión es un derecho y no hay restricciones. Si estuvieran en Moscú, estarían en la cárcel en dos minutos. ¡Por eso tenemos democracia!"
El hombre que la cuestionaba era Armando Mema, un político del municipio finlandés de Nurmijärvi, cuya plataforma electoral se centra en mejorar las infraestructuras de transporte y los servicios públicos locales.
Mientras von der Leyen le explicaba lo afortunado que era por no vivir bajo el régimen de Putin y por disfrutar de la libertad de expresión “protegida por la UE”, Mema fue detenido en el acto y arrastrado hasta el interior de un furgón policial, como si fuera un delincuente peligroso.
Armando Mema recibió una multa inmediata y fue advertido de que sería arrestado e ingresado automáticamente en prisión si volvía a cuestionar a von der Leyen en público. Afirma que tiene que comparecer ante un tribunal en Helsinki, acusado del supuesto delito de “desobediencia a la autoridad pública.”
El derecho de Armando Mema a la libertad de expresión no está “protegido”. Está “restringido” en Finlandia y en cualquier otro lugar de la UE donde no se le permite cuestionar a sus supuestos líderes representativos. Armando Mema es uno de los aproximadamente 450 millones de ciudadanos de la UE que no tienen ningún derecho protegido a la libertad de expresión, precisamente porque la UE se autodefine como una “democracia representativa”. Si Rusia funciona como una dictadura política, la UE no puede desligarse de ese mismo modelo. La EMFA lo ejemplifica claramente.
La idea de que unos medios de comunicación independientes y plurales —y, por tanto, la libertad de expresión— puedan mantenerse mediante regulación gubernamental es una contradicción en los términos. Por definición, los medios no pueden ser “independientes” del Estado político si es ese mismo Estado quien los regula. Y, por si fuera poco, la regulación de la EMFA no podría ser más autoritaria.
La EMFA establece una Junta Europea de Servicios de Comunicación Audiovisual (la “Junta”) con el objetivo de “proteger a los usuarios de contenidos dañinos, incluida la desinformación y la manipulación e interferencia informativa extranjera”. Será esa Junta la que defina qué se considera “desinformación” o “manipulación informativa”, sea lo que sea eso. Sin duda, informar sobre lo sucedido con Armando Mema, o reproducir sus críticas a Ursula von der Leyen, será clasificado como “desinformación” o “información manipulada” y censurado por la propia Junta de la UE encargada de velar por la ‘libertad de los medios’.
Y la UE no está sola. Todas las llamadas democracias occidentales están impulsando la misma agenda al mismo tiempo. La EMFA es, más o menos, una copia de la Ley de Seguridad en Línea del Reino Unido (OSA) y de la muy similar Ley de Seguridad en Línea para Niños (KOSA), propuesta y actualmente en debate en Estados Unidos. Al igual que la OSA y la posible KOSA, según el Artículo 4 de la EMFA, el periodismo independiente y la “libertad de los medios” estarán protegidos frente a la injerencia estatal… salvo que el Estado decida intervenir.
De forma similar al artículo 29 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU —que establece que no tienes ningún “derecho humano” si la ONU o sus Estados miembros deciden lo contrario—, el artículo 4(4)(c) de la EMFA estipula que los gobiernos solo pueden tomar medidas contra periodistas “caso por caso, por una razón imperiosa de interés público”.
O, dicho de forma más clara: cuando al Estado político le dé la gana.
Según el artículo 4(4)(d), cuando la censura estatal se considera supuestamente necesaria en “casos excepcionales y urgentes debidamente justificados”, el Estado no solo puede censurar la información publicada por un periodista, sino también perseguirle, castigarle a él y a sus editores.
Y recordemos que esto se llama Ley de Libertad de los Medios. Entonces, ¿qué permite hacer la EMFA a los gobiernos de democracia representativa si alegan que deben intervenir en nombre del “interés público”?
Según el artículo 4(5), pueden utilizar software de vigilancia intrusivo y cualquier tipo de herramienta de inteligencia para espiar a periodistas. Los gobiernos de la UE, bajo la dirección de la Junta, pueden obligar a los periodistas a revelar sus fuentes confidenciales y la información obtenida; pueden detener, sancionar e interceptar a medios de comunicación, redacciones y periodistas o, directamente, a cualquier persona de la que el Estado quiera extraer información. Si desean silenciar a periodistas o medios, la EMFA otorga a los Estados de la UE la capacidad de incautar las sedes y equipos —como ordenadores portátiles o imprentas— de cualquier medio o profesional que no sea del agrado del poder.
La EMFA es una ley habilitante para la censura y el control de la información en manos de la UE. Los conceptos de libertad o derechos de cualquier tipo —y mucho menos los derechos o valores democráticos— son totalmente descartados por esta ley.
Este tipo de legislación dictatorial es bastante común en las democracias representativas. Los políticos representativos como von der Leyen solo ensalzan los ideales democráticos como herramientas propagandísticas. En realidad, los políticos representativos, especialmente los más exitosos, desprecian esos ideales y nunca desaprovechan la ocasión de ignorarlos por completo.
Entonces, ¿por qué la gente sigue creyendo que vive en una democracia cuando en realidad vive en una dictadura?
Democracia representativa
En los sistemas de democracia representativa, la gente vota de forma esporádica para ceder su soberanía individual a otras personas. Aceptan obedecer los dictados de sus “representantes” hasta las siguientes “elecciones”. En ese momento, reafirman su obediencia a esos seres mágicos que seguirán ignorando todos sus supuestos derechos democráticos. La mayoría de las personas que viven bajo un sistema de democracia representativa ejercerán su llamada democracia durante menos de 30 días a lo largo de toda su vida. Se les dice —y por tanto creen— que eso es democracia.
En un sistema de democracia representativa, el “gobierno” es permanente. Centraliza todo el poder político. Los oligarcas pueden convertir fácilmente su riqueza en poder político corrompiendo a un pequeño grupo de idiotas útiles.
Las democracias representativas no son más que oligarquías funcionales, y el único papel real del político representativo es aplicar las políticas que le dictan los oligarcas y sus "laboratorios de ideas". Por eso nuestros representantes quieren que creamos que la democracia representativa es democracia.
Mientras lo creamos, podemos seguir alimentando la ilusión de que tenemos derechos democráticos consagrados, y, en consecuencia, estaremos dispuestos a aceptar cualquier forma de opresión. Debemos hacerlo —nos dicen— para proteger nuestra bendita democracia representativa frente a enemigos como Putin.
La democracia representativa no es democracia. La democracia representativa da poder a las oligarquías funcionales. En una democracia no existiría un grupo permanente de legisladores a los que corromper. En resumen, la oligarquía no podría funcionar en una democracia.
Democracia
En una democracia no existe ningún mecanismo por el cual los derechos se concedan, se mantengan o se revoquen. Todas las personas nacen con derechos individuales e inalienables, y todas tienen los mismos derechos en igualdad de condiciones. Nadie puede vulnerar legítimamente los derechos inalienables de otra persona, salvo mediante la aplicación legal de la ciencia de la justicia.
Si un país fuese realmente una democracia —y actualmente no existe ninguno—, no tendría políticos. El pueblo se gobernaría a sí mismo mediante la observancia y aplicación exclusiva del Estado de Derecho. En una democracia, esto se llevaría a cabo a través de juicios dirigidos por jurados, formados mediante sorteo aleatorio entre la población: sorteo cívico.
La democracia real exige que el pueblo esté permanentemente implicado en el proceso democrático. Debe estar capacitado en pensamiento crítico y tener un sólido conocimiento de la ciencia de la justicia, es decir, del Derecho Natural. Debe estar preparado, en cualquier momento, para poner en práctica esas capacidades y conocimientos.
En una democracia seguiría existiendo un órgano encargado de proponer leyes. Y también otro, quizás más amplio, encargado de aprobarlas. Pero al igual que ocurre con los jurados en los tribunales, ambos estarían formados mediante sorteo aleatorio entre la ciudadanía.
En una democracia, las personas seleccionadas al azar entre la población ejercerían temporalmente funciones en el órgano legislativo, y otro grupo distinto, también seleccionado aleatoriamente, haría lo propio en el órgano que aprueba las leyes. Como los jurados, una vez finalizado su servicio, serían disueltos y volverían a su vida normal.
En una democracia, el Estado de Derecho estaría basado en la comprensión y aplicación del Derecho Natural por parte del pueblo: su aprecio por la ciencia de la justicia. El objetivo de un jurado sería establecer la culpabilidad del acusado y, lo más importante, restaurar la justicia cuando sea necesario.
En una democracia, solo se puede considerar a alguien culpable si el jurado está unánimemente convencido por las pruebas de que el acusado actuó con mens rea, es decir, con “intención culpable”. Es decir, que el acusado sabía que sus actos causarían un daño o perjuicio material real a otra persona, vulnerando así sus derechos inalienables. El simple hecho de quebrantar una ley escrita no sería suficiente para declarar culpable a una persona si el jurado está familiarizado con la ciencia de la justicia.
Si el jurado acepta que el acusado infringió una ley escrita (una legislación), pero no causó ni pretendía causar daño o perjuicio alguno, entonces consideraría que el fallo está en la ley, no en el acusado. Y, evidentemente, esa ley defectuosa tendría que ser revocada o modificada. En una democracia, cualquier jurado popular podría anular —es decir, declarar inválida— cualquier ley que considerase injusta.
En ese caso, un nuevo grupo de personas seleccionadas al azar tendría que reconsiderar la ley anulada. Podrían descartarla, modificarla según corresponda y enviarla de vuelta a otro grupo distinto —también seleccionado aleatoriamente— que decidiría si promulgar o no una versión revisada. Esta nueva ley sería entonces sometida a la prueba de justicia en los tribunales dirigidos por jurados, controlados enteramente por el pueblo.
En una democracia, el Estado de Derecho sería el gobierno del pueblo. Las leyes serían creadas y establecidas por el pueblo y para el pueblo. Y, lo que es más importante, en una democracia, las personas no obedecerían las leyes por miedo al castigo, sino porque son justas. Si alguien decidiese no obedecer una ley consensuada, sería juzgado por un jurado de sus iguales, que determinaría su posible culpabilidad y, si corresponde, decidiría el castigo con el fin de restaurar la justicia.
El sistema sociopolítico descrito anteriormente no tiene nada que ver con elegir representantes.
Ese sistema se llama democracia.
Iain Davis es un periodista independiente e investigador del Reino Unido. Puedes leer más sobre su trabajo en su blog IainDavis.com (anteriormente InThisTogether), seguirle en Twitter o suscribirte a su SubStack. Su libro Pseudopandemic ya está disponible, tanto en formato Kindle como en tapa blanda, en Amazon y otras librerías.
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Fuente:
https://off-guardian.org/2025/08/14/what-is-democracy/
Traducido por Counterpropaganda