Todos sabemos lo que esto significa. Y por lo que dicen mis compañeros «despiertos», la única salida es simplemente no obedecer.
Pero, ¿se trata realmente de un camino racional?
Claro, con cosas claramente obvias como las mascarillas y las vacunas, sin duda negarse a obedecer es lo más sensato. Pero, ¿qué pasa con cosas como no utilizar una tarjeta de crédito? ¿O no presentar el DNI en cualquier situación en que se solicite? ¿O no utilizar el teléfono móvil? ¿O no comprar un coche eléctrico cuando comprar un coche de gasolina esté prohibido y ya no sea una opción? Y seamos sinceros, casi todo a lo que estamos acostumbrados dejará de ser una opción en algún momento si no encaja en el programa de la agenda.
Hoy mismo un empleado de la compañía eléctrica de Aurora ha venido a nuestra oficina (que está en una casa unifamiliar). Me ha dicho que tenía que instalar un contador nuevo, y yo le he preguntado: «¿Para qué?». Me ha informado de que la compañía eléctrica está cambiando todos los contadores antiguos por contadores inteligentes. El temido y malvado «contador inteligente».
¿Qué se supone que tenía que haber hecho? No creo que tuviera la opción de rechazar el cambio. Quizá alguno de vosotros lo hubiera hecho, y si es así, os admiro de verdad. Pero yo ya soy mayor y estoy cansado. Puede que me resulte relativamente fácil negarme a recibir una inyección, negarme a llevar una mascarilla o negarme a seguir algunas de las normas demenciales que impusieron durante la «pandemia». Pero simplemente no está en mí armar un escándalo por algo como un contador inteligente.
No estoy defendiendo mi cobardía. Sé que todo lo que estoy haciendo es apoyar pasivamente el éxito de la agenda. Y aunque un contador inteligente puede que no tenga el mismo efecto directo en mi salud que una vacuna, sé que se trata de la rana que hierve lentamente. Si TODOS nos levantáramos y dijéramos «NO» a cualquiera de estas cosas, QUIZÁS se acabaría. Al menos llamaríamos la atención.
Desgraciadamente, gran parte de esta fatalidad inminente no se puede evitar, incluso si nos enfrentáramos a ella y dijéramos: «Estoy muy cabreado y no voy a consentirlo más». Ocurrirá de todos modos. Piensa en el inminente requisito del DNI digital. Cuando esto se produzca, no se nos permitirá entrar en las tiendas para comprar comida sin él, echar gasolina a nuestros coches, o probablemente hacer casi cualquier otra cosa.
Cuando desaparezca el dinero en efectivo, nos veremos obligados a utilizar tarjetas de crédito (o cualquier otro sistema digital que sustituya al dinero en efectivo). No tendremos la opción de «no obedecer». Si no obedecemos, simplemente moriremos de hambre y desapareceremos. (Mientras escribo esto, Donald Trump acaba de firmar una orden ejecutiva que dice «no» a la moneda digital de banco central.)
Podemos dificultarles las cosas, por supuesto. Si hoy le hubiera dicho al electricista que cogiera su puto contador inteligente y se lo metiera por el culo, habría causado un escándalo. Pero no lo habría impedido. Y si estuviera solo, sin una esposa que se empeña en llevar una vida de «no hacer ruido», ¡puede que lo hubiera hecho! Es fácil decirlo, ¿no?
Tal vez no lo habría hecho. Pero parte de mi «obediencia» en estas situaciones es para mantener la paz en mi propio hogar. Estoy dispuesto a sentarme en la olla hirviendo por esa razón y, francamente, no estaré por aquí cuando el agua esté tan caliente al punto de matarme. Lo más probable es que ya haya fallecido.
¿Egoísta? Claro, ¿pero qué hay de nuevo? Una víctima de la naturaleza humana: mirar primero por uno mismo. Hay muchas cosas que haría por el bien de los «despiertos» y por el futuro de la humanidad, pero tienen que tener más repercusión que cabrear a una compañía eléctrica.
Creo que me estoy volviendo un poco loco por todo este asunto. Parece que cada vez que me doy la vuelta hay algo que estoy obedeciendo ciegamente y que sé que algún día me pasará factura. Cada artilugio reluciente que se nos presenta es potencialmente letal: teléfonos móviles cada vez más sofisticados, contadores inteligentes, coches eléctricos, redes sociales, miles de millones de aplicaciones (todas cobran cuotas mensuales de suscripción y nos consumen datos), códigos QR para escanear por todas partes, seguridad en los aeropuertos cada vez más invasiva, velocidad de Internet cada vez más rápida, arte de inteligencia artificial, escritura de inteligencia artificial (ChatGPT), música de inteligencia artificial, parejas sexuales de inteligencia artificial, policía robótica, avances en la cirugía, en la medicina, en los productos farmacéuticos, implantes cerebrales, medidas de seguridad más estrictas, documentos de identidad digitales, dinero digital, etcétera, etcétera, etcétera. Todo creado e implementado por nuestro propio bien, para hacer que nuestras vidas sean más seguras, más divertidas, más eficientes, más convenientes y más felices. ¿Nos negamos a todo esto? ¿Y no obedecemos nada?
Que pare el mundo, quiero bajarme.
Y, por supuesto, la mayoría de nosotros seguimos la corriente. En parte porque nos dicen que nos servirá para todo lo que acabo de mencionar. Es divertido, genial, interesante y emocionante. ¿No son increíbles la ciencia y la tecnología? ¡Mira todo lo que pueden hacer por ti! «Aluminio, nuestro amigo reluciente» (para todos los fans de Martin Mull). La otra razón por la que lo consentimos es porque no tenemos elección. Si lo rechazamos, nos perdemos algo.
Con el tiempo, ese «perderse algo» significará que nos moriremos de hambre, o que no tendremos medios para comprar nada, ni un lugar donde vivir, ni un empleo al que dedicarnos. No tendremos medios de transporte, ni medios de comunicación con los demás, y lo más probable es que si intentamos «apañarnos» y vivir una vida sin estas cosas, seremos perseguidos, arrestados y arrojados en un gulag. No es broma.
¿Cuántas veces hemos oído hablar de personas detenidas o multadas por recoger agua de lluvia para beber? ¿Por tomar leche sin procesar? ¿O incluso por cultivar sus propias verduras? El futuro de quienes se resistan o no obedezcan no parece muy prometedor.
¿Es demasiado tarde? Bueno, ya se sabe lo que va a decir el Dr. «fatalista». Sí, en muchos sentidos, es demasiado tarde para evitar algunas de estas cosas. Pero no es demasiado tarde para vivir a pesar de estas cosas. Podemos seguir formando una comunidad de personas con ideas afines, con contadores inteligentes y todo. Podemos, cuando sea posible, seguir sin obedecer, y crear un modo de vida mejor. Creo que habrá un periodo de «solapamiento» en muchas de estas implementaciones.
El dinero digital, por ejemplo, está en la fase de «elígelo porque te conviene» (es decir, paga con tarjeta de crédito, no en efectivo), algo que podemos evitar y que no tenemos por qué obedecer. No podemos acabar con los teléfonos inteligentes, pero tal vez muchos de nosotros podamos empezar a usar teléfonos móviles sin tanta tecnología y seguir funcionando en la comunidad. Hay muchas cosas así. Y si una de ellas no funciona para ti, entonces elige algo que lo haga.
Nos encontramos en un momento muy extraño de la historia de la humanidad. Y aunque parece que la única manera de detener la agenda es no obedecer todo lo que los autoritarios nos están imponiendo, también puede haber otras vías.
Sin duda es una medida importante, pero no la única, y quizá ni siquiera la más viable, eficaz o sensata. Sí, hay muchas cosas que podemos evitar obedecer. Pero también hay muchas cosas a las que no podemos hacer frente sin que nos acribillen.
No hace falta que nos pongamos delante de un tanque en marcha (como en la plaza de Tiananmén) a menos que estemos realmente convencidos de que podemos detenerlo.
Vive para luchar otro día. Primero haz lo necesario para sobrevivir. Luego, cambia lo que puedas.
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Fuente:
https://off-guardian.org/2025/02/15/blind-compliance/
Traducido por Counterpropaganda