La guerra civil llega a Occidente - David Betz
Este es el primero de dos ensayos. Trata sobre las razones por las cuales la guerra civil probablemente dominará los asuntos militares y estratégicos de Occidente en los próximos años, en contra de las expectativas típicas de la literatura sobre la guerra futura, y en general la lógica estratégica que sustentará tales guerras. El siguiente ensayo abordará específicamente las acciones y estrategias que las fuerzas militares existentes podrían llevar a cabo antes y durante estos conflictos.
Europa es un jardín. Hemos construido un jardín. Todo funciona. Es la mejor combinación de libertad política, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad ha sido capaz de construir —las tres cosas juntas… La mayor parte del resto del mundo es una jungla…
Así lo dijo el jefe de Asuntos Exteriores de la UE, Josep Borrell, en Brujas en octubre de 2022. Los futuros diccionarios lo usarán como ejemplo de la definición de hibris.
Esto se debe a que la principal amenaza para la seguridad y prosperidad de Occidente hoy emana de su propia y grave inestabilidad social, declive estructural y económico, desecación cultural y, en mi opinión, pusilanimidad de las élites. Algunos académicos han comenzado a dar la voz de alarma, notablemente How Civil Wars Start—and How to Stop Them de Barbara Walter, que se ocupa principalmente de la menguante estabilidad interna de Estados Unidos. A juzgar por el discurso del presidente Biden en septiembre de 2022 en el que declaró que “los republicanos MAGA representan un extremismo que amenaza los cimientos mismos de nuestra república”, los gobiernos están empezando a tomar nota, aunque con cautela y torpeza.
El campo de los estudios estratégicos, sin embargo, guarda en gran medida silencio sobre el asunto, lo cual es extraño porque debería ser motivo de preocupación. ¿Por qué es correcto percibir el creciente peligro de que estalle un conflicto interno violento en Occidente? ¿Cuáles son las estrategias y tácticas que es probable que se empleen en las guerras civiles por venir en Occidente y por parte de quién? Estas son las preguntas que abordaré en este ensayo.
Causas
La literatura sobre guerras civiles coincide en dos puntos. Primero, no son una preocupación de los Estados que son ricos y, segundo, las naciones que poseen estabilidad gubernamental están en gran medida libres del fenómeno. Hay grados de matización sobre cuánto importa el tipo de régimen, aunque la mayoría coincide en que las democracias percibidas como legítimas y las autocracias fuertes son estables. En las primeras, la gente no se rebela porque confía en que el sistema político funciona de manera justa en conjunto. En las segundas, no lo hace porque las autoridades identifican y castigan a los disidentes antes de que tengan oportunidad.
La faccionalización es otra preocupación principal, pero las sociedades extremadamente heterogéneas no son más propensas a la guerra civil que las muy homogéneas. Esto se atribuye a los altos “costes de coordinación” entre comunidades que existen en las primeras, lo cual mitiga la formación de movimientos de masas. Las más inestables son las sociedades moderadamente homogéneas, particularmente cuando hay un cambio percibido en el estatus de una mayoría titular, o de una minoría significativa, que posee los medios para rebelarse por sí sola. Por el contrario, en sociedades compuestas por muchas pequeñas minorías, “divide y vencerás” puede ser un mecanismo eficaz de control de la población.
A mi juicio, no hay razón de peso para refutar el impulso principal de la teoría existente sobre la causación de las guerras civiles tal como se ha descrito arriba. La pregunta, más bien, es si el supuesto de las condiciones que tradicionalmente han situado a las naciones occidentales fuera del marco de análisis de quienes se ocupan de erupciones persistentes y a gran escala de discordia civil violenta sigue siendo válido.
Las pruebas sugieren con fuerza que no lo es. De hecho, ya al final de la Guerra Fría algunos percibieron que la cultura que “ganó” ese conflicto comenzaba a fragmentarse y degenerar. En 1991, Arthur Schlesinger sostuvo en The Disuniting of America que el “culto a la etnicidad” ponía cada vez más en peligro la unidad de esa sociedad. Fue premonitorio.
Considérense los llamativos hallazgos del Edelman Trust Barometer en los últimos veinte años. “La desconfianza”, concluyó recientemente, “es ahora la emoción por defecto de la sociedad”. La situación en Estados Unidos, como muestran investigaciones relacionadas, es especialmente mala. En 2019, incluso antes de las controvertidas elecciones de Biden y de la epidemia de Covid, el 68 por ciento de los estadounidenses coincidía en que era urgentemente necesario reparar los niveles de “confianza” en la sociedad en el gobierno, y la mitad afirmaba que lo que la confianza menguante representaba era una “enfermedad cultural”.
En términos sociológicos, lo que este colapso de confianza refleja es una caída en la reserva de “capital social”, que es tanto una especie de “superpegamento”, un factor de cohesión social, como un “lubricante” que permite que grupos por lo demás dispares en la sociedad se lleven bien. Que está en declive no lo discute nadie, y tampoco los efectos desgraciados.
Existe disputa, sin embargo, sobre su causación. La canciller Angela Merkel llegó a señalar directamente al multiculturalismo, declarando que en Alemania había “fracasado por completo”, idea que seis meses después fue ecoada por el entonces primer ministro David Cameron en Gran Bretaña. Este elaboró que “guetifica a las personas en grupos minoritarios y mayoritarios sin identidad común”. Tales afirmaciones de líderes —ambos centristas notables— de grandes Estados occidentales, ostensiblemente políticamente estables, no pueden descartarse fácilmente como demagogia populista.
Adicionalmente, la “polarización política” ha sido intensificada por las redes sociales y la política de identidad, sobre lo que volveré más abajo. La conectividad digital tiende a empujar a las sociedades hacia una mayor profundidad y frecuencia de sentimientos de aislamiento en grupos de afinidad más estrechamente dibujados. Cada uno de estos está protegido por las llamadas “burbujas de filtro”, membranas cuidadosamente construidas de incredulidad ideológica que se refuerzan constantemente mediante la curación activa y pasiva del consumo mediático.
Lo que podría describirse como “conflicto intertribal” no se limita de ningún modo a los espacios virtuales de Internet; más bien, se manifiesta también en enfrentamientos físicos en un ciclo de retroalimentación. Podrían darse muchos ejemplos recientes. Uno bueno, sin embargo, es la ciudad de Leicester en Gran Bretaña, que en el último año ha presenciado violencia recurrente entre las poblaciones locales hindú y musulmana, ambas bandos animados por tensiones intercomunales en el distante sur de Asia. Una turba hindú marchó por la parte musulmana de la ciudad coreando “Muerte a Pakistán”.
Lo que esto refleja por encima de todo es la considerable irrelevancia de la britanidad como un aspecto de la lealtad prepolítica de una fracción significativa de dos de las mayores minorías en Gran Bretaña. ¿Quién quiere luchar contra quién y por qué? La respuesta en este caso a esta buena pregunta estratégica tiene muy poco que ver con la nacionalidad nominal de las personas que, como es observable, ya han comenzado a luchar.
Finalmente, a esta volátil mezcla social debe añadirse la dimensión económica, que solo puede describirse como extremadamente preocupante. Según la estimación común, Occidente ya ha comenzado otra recesión económica, una recurrente largamente atrasada de la crisis financiera de 2008, combinada con las secuelas de la desindustrialización de las economías occidentales, cuyo subproducto notable es la progresiva desdolarización del comercio global que ha sido turboalimentada por las sanciones a Rusia, lo que también ha inducido un aumento balístico en los costes de bienes básicos como la energía, la comida y la vivienda.
En términos de financiarización económica, emisión de deuda y consumo, Occidente ha llegado al final de la línea, lo que significa que se abre una gigantesca brecha en las expectativas de bienestar. Si hay una cosa más en la que coincide la literatura sobre revolución es en que las brechas de expectativas son peligrosas. De nuevo, dicho de forma sencilla, un medio consagrado por el tiempo de controlar el ascenso de turbas incipientes es la provisión por parte de los poderes gobernantes de “pan y circo”; en otras palabras, consumo básico y entretenimiento barato, cuya eficacia se está atenuando rápidamente en el día presente.
Para concluir esta sección, puede decirse que hace una generación todos los países occidentales aún podían describirse en gran medida como naciones cohesionadas, cada una con un mayor o menor sentido de identidad y herencia comunes. Por el contrario, ahora todos son entidades políticas incohesas, rompecabezas de tribus basadas en la identidad que compiten, viviendo en gran parte en “comunidades” virtualmente segregadas compitiendo por recursos sociales menguantes de manera cada vez más obvia y violenta. Además, sus economías están empantanadas en un malestar estructural que conduce, inevitablemente en opinión de varios observadores conocedores, al colapso sistémico.
Conducta
La intimidad de la guerra civil, su intensidad política y su cualidad fundamentalmente social, además de la aguda accesibilidad al ataque por todos lados de los puntos débiles de todos, pueden hacerlas particularmente crueles y miasmáticas. La Guerra Civil Rusa que siguió a la Revolución bolchevique en 1917 es un ejemplo particularmente bueno. Es una forma de guerra en la que la gente sufre crueldad y fanatismo no por lo que ha hecho sino por lo que es.
Quizá las guerras civiles en Occidente puedan contenerse al nivel de abominación de las de Centroamérica de los años setenta y ochenta. En tal caso, la vida “normal” seguirá siendo posible para la fracción de la población lo suficientemente rica como para aislarse del mayor entorno de asesinatos políticos, escuadrones de la muerte y represalias intercomunales, además de la depredación criminal floreciente que tipifica a una sociedad en proceso de desgarrarse.
El problema es que el impulso de luchar, de hecho el deseo de acelerar hacia el conflicto, no se limita a un solo grupo —como podría deducirse de la reciente alarma sobre el populismo de extrema derecha— sino que es de carácter más general, con el radicalismo cada vez más visible en toda clase de comunidades. Considérense, por ejemplo, las siguientes líneas de un panfleto izquierdista francés publicado en 2007:
Es bien sabido que las calles rebosan de incivilidades. La infraestructura técnica de la metrópolis es vulnerable… Sus flujos equivalen a algo más que el transporte de personas y mercancías. La información y la energía circulan por redes de cables, fibras y canales, y estos pueden ser atacados. En nuestra época de absoluta decadencia, lo único imponente de los templos es la triste verdad de que ya son ruinas.
Llegados a este punto de la historia del conflicto, apenas parece necesario explicar las técnicas de tomar divisiones sociales existentes en la sociedad y desgarrarlas convirtiéndolas en abismos porque han sido ampliamente estudiadas. Los estamentos de defensa de Occidente están muy familiarizados con tales asuntos, ya que se les han presentado en los variados teatros extranjeros en los que se han visto enzarzados como parte de la llamada Guerra contra el Terror.
¿Es de completa extrañeza que esas lecciones e ideas hayan encontrado su camino de vuelta a casa? The Citizen’s Guide to Fifth Generation Warfare, coescrito por el general Michael Flynn, exjefe de la Agencia de Inteligencia de la Defensa y primer asesor de seguridad nacional del presidente Trump, es un manual bien diseñado y explícito en su propósito, que es educar a la gente en Occidente sobre la revuelta. En sus propias palabras, lo escribió porque “nunca soñé que las mayores batallas que iban a librarse serían aquí mismo en nuestra patria contra elementos subversivos de nuestro propio gobierno”.
Durante los últimos treinta años, Occidente se ha ocupado de forma ingrata en capacidad expedicionaria en las invertebradas guerras civiles de otros. Debería haber aprendido que es imposible mantener una sociedad multivalente integrada una vez que los vecinos empiezan a secuestrar a los hijos de otros y a asesinarlos con taladros de mano, a volar los eventos culturales de otros, a matar a los profesores y líderes religiosos de otros y a derribar sus iconos. Vale la pena señalar sobriamente, además, que multitud de instancias de todas esas cosas han ocurrido ya en Occidente y todas ellas han ocurrido en Francia solo en los últimos cinco años.
Existen en la literatura escenarios —mayormente centrados en Estados Unidos— de cómo serían las guerras civiles en Occidente. Tienden a compartir una cosa en común particularmente, que es la expectativa, tal como la expresa Peter Mansoor, profesor de historia militar en la Universidad Estatal de Ohio, de que serían,
…no como la primera [guerra civil estadounidense], con ejércitos maniobrando en el campo de batalla [sino que] serían muy probablemente un todos contra todos, vecino contra vecino, basado en creencias y color de piel y religión. Y sería horrífico.
Aproximadamente el 75 por ciento de los conflictos civiles posteriores a la Guerra Fría han sido librados por facciones étnicas. Por lo tanto, que la guerra civil en Occidente lo sea igualmente no tiene nada de excepcional. La naturaleza de la creencia que Mansoor invoca como importante, sin embargo, merece una reflexión. Sugeriría que la creencia en cuestión es la aceptación por todos los grupos de la sociedad de los preceptos de la “política de identidad”.
La política de identidad puede definirse como la política en la que las personas con una determinada identidad racial, religiosa, étnica, social o cultural tienden a promover sus propios intereses o preocupaciones sin tener en cuenta los intereses o preocupaciones de ningún grupo político mayor. Es abiertamente posnacional. Esto es, por encima de todo, lo que hace que el conflicto civil en Occidente no sea meramente probable, sino prácticamente inevitable, a mi juicio.
La peculiaridad del multiculturalismo occidental contemporáneo, en relación con ejemplos de otras sociedades heterogéneas, es triple. Primero, está en el “punto dulce” con respecto a las teorías de causación de la guerra civil: específicamente, el supuesto problema de los costes de coordinación se reduce en una situación en la que mayorías blancas (que en algunos casos están evolucionando rápidamente hacia una gran minoría) viven junto a múltiples minorías más pequeñas.
Segundo, hasta ahora lo que se ha practicado es una suerte de “multiculturalismo asimétrico” en el cual la preferencia intragrupal, el orgullo étnico y la solidaridad grupal —notablemente en la votación— son aceptables para todos los grupos excepto para los blancos, para quienes tales cosas se consideran representaciones de actitudes supremacistas que son anatema para el orden social.
Tercero, debido a lo anterior, lo que ha emergido es una percepción de que el statu quo está inicuamente desequilibrado, lo que proporciona un argumento para la revuelta por parte de la mayoría blanca (o gran minoría) que está enraizado en un lenguaje conmovedor de justicia. Desde una perspectiva de comunicaciones estratégicas, una narrativa moralmente infundida que tiene un agravio claramente articulado, un remedio plausible y urgente, y una comunidad de conciencia receptiva es poderosa.
La teoría del “Gran Reemplazo” es una expresión de esta narrativa. “Downgrading” es el término con el que se describe en la teoría de la guerra civil. Se refiere a la percepción de un grupo dominante de que lo que les está ocurriendo es,
…una situación de inversión de estatus, no solo de derrota política. Los grupos dominantes pasan de una situación en la que, en un momento, deciden qué idioma se habla, qué leyes se aplican y qué cultura se venera, a una situación en la que no lo hacen.
Para el presente análisis, lo que importa aquí, más allá de la resonancia de la narrativa del “downgrading” claramente observable en cuán ampliamente se ha propagado, es otra peculiaridad del multiculturalismo en Occidente, que es que también es geográficamente asimétrico. Existe una dimensión urbano-rural claramente observable en los patrones de asentamiento inmigrante: básicamente, las ciudades son radicalmente más heterogéneas que el campo. Así, lógicamente, podemos concluir que las guerras civiles en Occidente que ardan a través de las fracturas étnicas tendrán un carácter distintivamente rural frente a urbano.
Lógica estratégica
Vuelva unas páginas atrás al panfleto izquierdista francés que cité antes y observe su premisa principal: las calles ya rebosan de incivilidades —las ciudades ya son ruinas, o más precisamente están actualmente configuradas de forma tan precaria que todo lo que hace falta es un pequeño empujón para consumar su destrucción. En pocas palabras, esa es la lógica estratégica que se evidencia abiertamente por parte de grupos anti statu quo hoy de todos los espectros políticos. Pretenden precipitar el colapso de los centros urbanos heterogéneos causando crisis en cascada que conduzcan a un fallo sistémico y a un período de caos masivo que esperan poder esperar desde la relativa seguridad de las provincias rurales relativamente homogéneas.
Aunque la premisa suena simple, su lógica subyacente concuerda con las conclusiones de autoridades impecables. Por ejemplo, considérese este pasaje de un folleto de 1974 sobre The Limits of the City:
O bien se superan los límites impuestos a la ciudad por la vida social moderna, o pueden surgir formas de vida urbana congruentes con la barbarie reservada a la humanidad si la gente de esta época no resuelve sus problemas sociales. La evidencia de esta tendencia puede verse no solo en la metrópolis, asfixiada con un agregado alienado y atomizado de seres humanos, sino en la ciudad “bien vigilada” totalitaria compuesta de guetos negros hambrientos y enclaves blancos privilegiados —una ciudad que sería un cementerio de la libertad, la cultura y el espíritu humano.
Su autor, un teórico social judío estadounidense, trotskista, urbanista influyente y ecologista, no puede ser llamado un hombre de extrema derecha —aunque su identificación de los problemas de la sociedad como atomización y degeneración (una forma justa de describir lo que él llamó “desecación cultural”) sean ambos tropos de la extrema derecha.
Gran parte de la amplísima literatura sobre la cuestión de la vulnerabilidad urbana se formula en términos de la resiliencia de la “infraestructura crítica” frente a ataques externos, o desastres, y hasta cierto punto el terrorismo. El hecho de la cuestión, sin embargo, es que la vulnerabilidad más crítica de la infraestructura es al ataque doméstico, frente al cual está desprotegida (y probablemente no defendible). Las sociedades que funcionan normalmente no tienen necesidad de tales defensas, lo que equivale a decir que muchas cómodas suposiciones cabalgan sobre esas dos palabras.
En Gran Bretaña, por ejemplo, hay 24 estaciones de compresión de gas, todas en entornos semirrurales, dos de las cuales sirven a Londres. Ninguna está oculta ni más vigilada que cualquier instalación industrial ligera normal. Atacar una no requiere más que ser capaz de atravesar una valla de malla. Del mismo modo, la red de Major Accident Hazard Pipelines (MAHPs —la pista está en el nombre) es intrínsecamente vulnerable. En julio de 2004, en Ghislenghien, Bélgica, cuando una fue dañada accidentalmente por trabajos de construcción, 25 personas fueron asesinadas y 150 resultaron gravemente heridas.
Podría decirse mucho lo mismo de los principales elementos de la red eléctrica —torres de alta tensión, estaciones transformadoras, etc.— y, asimismo, de la red de comunicaciones —instalaciones de encaminamiento, torres de telefonía y microondas, nodos de cable de fibra óptica y similares. En cuanto a la infraestructura de transporte, buena parte de la cual está gravemente deteriorada incluso sin esfuerzos activos por interrumpirla, muchas grandes ciudades —Nueva York siendo un ejemplo principal— se acceden por puente o túnel que constituyen cuellos de botella conocidos fácilmente atacables.
La interrupción de cualquiera de estos sistemas tendría efectos colaterales en el suministro de alimentos y medicinas, que es tenue en condiciones normales. El hecho es que el urbanita moderno medio tiene a mano no más que unos pocos días de comida y las ciudades en las que viven poseen típicamente no más de unos pocos días más de suministro de alimentos en almacenes y estanterías. La cadena de suministro alimentaria británica, por ejemplo, se describe como resiliente y compleja, pero también depende de redes just-in-time que son altamente vulnerables a la interrupción.
En suma de esta sección, podemos observar que las guerras civiles para las que Occidente está en ciernes estarán demarcadas a lo largo de líneas étnicas, lo que, debido a la distribución relativa de los grupos de población, sugiere firmemente que tendrán un carácter distintivamente rural frente a urbano. Su lógica estratégica será causar la destrucción de los centros metropolitanos mediante ataques a la infraestructura con vistas a provocar un fallo sistémico en cascada que lleve a un desorden civil incontrolable generando un declive aún más rápido. Las tácticas empleadas son plausibles por razón de la tenue estabilidad de las ciudades modernas en el mejor de los casos, hecho observado por estudiosos reputados que los revolucionarios incipientes simplemente han reconocido.
Conclusión
El reconocimiento de la posibilidad de guerra civil en Occidente existe en la política y la correspondiente opinión pública y en un abanico de estudios. Muchas personas todavía lo niegan o son reacias a hablar de ello. Quizá teman una especie de “dilema de seguridad” que pudiera ocurrir; si la gente llega a convencerse de que la guerra civil viene porque personas importantes lo dicen, podrían comportarse de maneras que la causen o aceleren. Igualmente, podría conjeturarse, algunos conocen la verdad pero están invertidos faccionalmente en el conflicto y simplemente se posicionan sobre quién será juzgado por la historia como quien disparó el primer tiro en él.
Ninguna, a mi juicio, son posturas creíbles cuando se confronta la desafortunada realidad. La teoría es por lo general clara y convincente sobre las condiciones bajo las cuales es probable que ocurra la guerra civil. Aceptando esto, incluso como algo así como una línea de base pesimista, sugeriría que durante la próxima década el Occidente colectivo está en serios problemas. Además, hay poca razón para esperar que, si estalla una en un país importante, sus consecuencias no se propaguen más ampliamente a otros.
Más aún, no es simplemente que las condiciones estén presentes en Occidente; es, más bien, que las condiciones se están acercando al ideal. La riqueza relativa, la estabilidad social y la correlativa falta de faccionalismo demográfico, además de la percepción de la capacidad de la política normal para resolver problemas que una vez hicieron que Occidente pareciera inmune a la guerra civil, ya no son válidas. De hecho, en cada una de estas categorías el sentido de atracción es hacia el conflicto civil. Cada vez más, la gente percibe que este es el caso y sus niveles de confianza en el gobierno parecerían estar disminuyendo aún más ante la aparente falta de voluntad o capacidad de los líderes para confrontar la situación con honestidad.
El resultado, a nivel social, es una espiral de refuerzo que trae a la mente los versos iniciales de “La segunda venida”, el famoso poema de Yeats.
Girando y girando en la espiral cada vez más ancha
el halcón no puede oír al halconero;
las cosas se desmoronan; el centro no puede sostenerse…
El hecho de la cuestión es que las herramientas de la revuelta en forma de diversos adminículos de la vida moderna están simplemente por ahí, el conocimiento de cómo emplearlos está muy extendido, los objetivos son obvios y están sin defensa, y más y más ciudadanos antiguamente regulares parecen dispuestos a apretar el gatillo.
Sobre el autor
David Betz es Profesor de Guerra en el Mundo Moderno en el Departamento de Estudios de la Guerra del King’s College London, donde dirige el programa de máster (MA) en Estudios de la Guerra. También es Senior Fellow del Foreign Policy Research Institute. Su libro más reciente, The Guarded Age: Fortification in the 21st Century, está publicado por Polity (octubre de 2023).
Fuente:
https://www.militarystrategymagazine.com/article/civil-war-comes-to-the-west/
Traducido por Counterpropaganda