La Definición Misma de Tiranía: Una Dictadura Disfrazada de Democracia - John & Nisha Whitehead
El poder corrompe. El poder absoluto corrompe totalmente.
El poder ilimitado en cualquier rama del gobierno es una amenaza para la libertad, pero el poder concentrado en las tres ramas es la definición misma de tiranía: una dictadura disfrazada de democracia.
Cuando un partido domina los tres poderes del Estado - el ejecutivo, el legislativo y el judicial - hay aún más motivos para preocuparse.
No tiene sentido debatir qué partido político sería más peligroso con estos poderes.
Esto es cierto independientemente del partido que esté en el poder.
Esto es particularmente cierto a raíz de las elecciones de 2024.
Donald Trump, que prometió ser un dictador el «primer día», ya está avanzando planes para socavar aún más el ya vulnerable sistema de controles y contrapesos de la nación.
Para ser justos, no es una situación de la que se pueda culpar exclusivamente a Trump.
Los fundadores de Estados Unidos se propusieron que nuestro sistema de controles y contrapesos sirviera de baluarte contra el abuso del poder centralizado.
Como explica la constitucionalista Linda Monk, «dentro de la separación de poderes, cada una de las tres ramas del gobierno tiene “controles y contrapesos” sobre las otras dos. Por ejemplo, el Congreso elabora las leyes, pero el Presidente puede vetarlas, y el Tribunal Supremo puede declararlas inconstitucionales. El Presidente hace cumplir la ley, pero el Congreso debe aprobar los nombramientos ejecutivos y el Tribunal Supremo dictamina si la acción ejecutiva es constitucional. El Tribunal Supremo puede anular acciones tanto del poder legislativo como del ejecutivo, pero el Presidente nombra a los jueces del Tribunal Supremo, y el Senado confirma o deniega sus nombramientos».
Desafortunadamente, nuestro sistema de controles y contrapesos ha sido forzado hasta el punto de ruptura desde hace años, ayudado por aquellos en todo el espectro político que, marchando al unísono con el estado profundo, han conspirado para avanzar en la agenda del gobierno a expensas de los derechos constitucionales de los ciudadanos.
Por «gobierno» no me refiero a la farsa que es la burocracia de dos partidos, los republicanos y los demócratas. Más bien, me refiero al «gobierno» con «G» mayúscula, el atrincherado estado profundo que no se ve afectado por las elecciones, inalterado por los movimientos populistas, y que se ha puesto a sí mismo fuera del alcance de la ley.
Este es exactamente el tipo de poder concentrado y absoluto contra el que los fundadores intentaron protegerse estableciendo un sistema de controles y contrapesos que separa y reparte el poder entre tres poderes coexistentes.
Sin embargo, como concluye el catedrático de Derecho William P. Marshall, «el sistema de controles y contrapesos que imaginaron los Fundadores carece ahora de controles efectivos y ya no está equilibrado. Las consecuencias son graves. Los Fundadores diseñaron un sistema de separación de poderes para combatir los excesos y abusos del gobierno y frenar la incompetencia. También creían que, en ausencia de una estructura eficaz de separación de poderes, esos males se producirían inevitablemente. Pero, por desgracia, una vez tomado el poder, no es fácil cederlo».
El resultado de las elecciones de 2024 no es un intento revolucionario de recalibrar un gobierno enloquecido. Se trata más bien de un golpe de estado del estado profundo para mantenerse en el poder, y Donald Trump es el vehículo mediante el cual lo hará.
Atentos y lo veréis.
Recordemos que fue la Administración Trump la que pidió al Congreso que le permitiera suspender partes de la Constitución siempre que lo considerara necesario durante la pandemia COVID-19 y «otras» emergencias.
De hecho, durante el primer mandato de Trump, el Departamento de Justicia puso a prueba una larga lista de aterradores poderes para invalidar la Constitución. Estamos hablando de poderes de confinamiento (tanto a nivel federal como estatal): la capacidad de suspender la Constitución, detener indefinidamente a ciudadanos estadounidenses, eludir los tribunales, poner en cuarentena comunidades enteras o segmentos de la población, anular la Primera Enmienda prohibiendo reuniones religiosas y asambleas de más de unas pocas personas, cerrar industrias enteras y manipular la economía, amordazar a los disidentes, «detener y confiscar cualquier avión, tren o automóvil para frenar la propagación de enfermedades contagiosas», remodelar los mercados financieros, crear una moneda digital (y así restringir aún más el uso de dinero en efectivo), determinar quién debe vivir o morir...
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que estos poderes que la Administración Trump, actuando bajo las órdenes del estado policial, pidió oficialmente al Congreso que reconociera y autorizara apenas arañan la superficie de los poderes de largo alcance que el gobierno ha reclamado unilateralmente para sí mismo.
Extraoficialmente, el estado policial lleva años pisoteando el imperio de la ley sin que el Congreso, los tribunales, el presidente o la ciudadanía hayan intentado frenar o restringir sus acaparamientos de poder.
Por eso es tan importante el sistema de controles y contrapesos de la Constitución.
Quienes redactaron nuestra Constitución trataron de garantizar nuestras libertades mediante la creación de un documento que protege nuestros derechos otorgados por Dios en todo momento, incluso cuando estamos en guerra, ya sea una supuesta guerra contra el terrorismo, una supuesta guerra contra las drogas, una supuesta guerra contra la inmigración ilegal o una supuesta guerra contra una enfermedad.
Los intentos de cada una de las sucesivas administraciones presidenciales de gobernar por decreto sólo hacen el juego a aquellos que quieren distorsionar el sistema de controles y contrapesos del gobierno y su separación constitucional de poderes más allá de todo reconocimiento.
De este modo, hemos llegado al futuro distópico descrito en la película V de Vendetta, que no es futuro en absoluto.
Ambientada en el año 2020, V de Vendetta (escrita y producida por los Wachowski) ofrece una inquietante visión de un universo paralelo en el que un gobierno totalitario que lo sabe todo, lo ve todo, lo controla todo y promete seguridad por encima de todo llega al poder aprovechándose del miedo de la gente.
Se crean campos de concentración (cárceles, prisiones privadas y centros de detención) para recluir a presos políticos y a otras personas consideradas enemigas del estado. Las ejecuciones de indeseables (extremistas, alborotadores y similares) son habituales, mientras que a otros enemigos del estado se les hace «desaparecer». Las revueltas y protestas populistas son respondidas con fuerza extrema. Las cadenas de televisión están controladas por el gobierno con el fin de perpetuar el régimen. Y la mayoría de la población está enganchada a los programas de entretenimiento y no tiene ni idea.
En V de Vendetta, como en mi novela Los diarios de Erik Blair, el subtexto es que los regímenes autoritarios - a través de un círculo vicioso de manipulación, opresión y alarmismo - fomentan la violencia, fabrican crisis y engendran terroristas, dando lugar así a un ciclo recurrente de represalias y violencia.
Sólo cuando el propio gobierno se convierte en sinónimo del terrorismo que causa estragos en sus vidas, el pueblo se moviliza por fin y planta cara a la tiranía.
V, un audaz y carismático luchador por la libertad, insta al pueblo británico a levantarse y resistir al gobierno. En Vendetta, V, el cruzado enmascarado de la película, vuela por los aires la sede del Gobierno el 5 de noviembre, Día de Guy Fawkes, irónicamente el mismo día en que Trump consiguió su aplastante regreso a la Casa Blanca.
Pero ahí se acaba la comparación.
Así que, aunque hace tiempo que deberíamos haber puesto un freno sistémico a las extralimitaciones del gobierno y a sus acaparamientos de poder, la victoria electoral de los republicanos de este año no ha sido una victoria para la Constitución.
Más bien, una victoria para la estructura de poder atrincherada, de línea dura, que no ha mostrado ningún respeto por la Constitución ni por los derechos de los ciudadanos.
Como dejo claro en mi libro Campo de batalla América: La guerra contra el pueblo estadounidense y en su homólogo ficticio Los diarios de Erik Blair, el Estado Profundo funciona mejor a través de presidentes imperiales -empoderados para dar rienda suelta a sus tendencias autoritarias por tribunales legalistas, legislaturas corruptas y un pueblo desinteresado y distraído - que gobiernan por decreto en lugar de por el imperio de la ley.
Fuente:
Traducido por Counterpropaganda