Vivimos en una época de paradojas. Las agujas del reloj siguen dando vueltas, pero el tiempo parece haberse cristalizado en un presente eterno. Nuestras mentes, adormecidas por el incesante flujo de información, han perdido la capacidad de imaginar alternativas, de concebir un mañana diferente del día de hoy.
No se trata sólo de recursos inexistentes o proyectos inacabados. Es como si el propio espacio de acción se hubiera contraído hasta desaparecer, dejándonos suspendidos en una burbuja de imposibilidad. Miramos el mundo a través de una pantalla que nos devuelve siempre la misma imagen, repetida sin cesar, mientras que la historia - la de verdad, la que corre por las venas de los pueblos y forja el destino de las naciones - se ha retirado como la marea, dejando en la playa sólo escombros de significados vaciados.
El imaginario colectivo, antaño un hervidero de sueños y revoluciones, se ha convertido en un teatro de sombras en el que incluso las palabras más poderosas - libertad, justicia, cambio - suenan como ecos lejanos, como si fueran reliquias arqueológicas de una época en la que los seres humanos aún creían poder ser artífices de su propio destino. Pero puede que aquí resida la clave: en la capacidad de reconocer esta gran hipnosis colectiva como tal.
Ya no sirve gritar verdades alternativas; la contrainformación ha sido absorbida por el gran circo mediático. Lo que se necesita es más sutil y profundo: debemos aprender a soñar de nuevo. Debemos construir nuevas metáforas, nuevos mitos, nuevas historias que puedan filtrarse por las grietas de este presente aparentemente monolítico.
Ya no es suficiente con denunciar la mentira: es necesario cultivar lo posible. Es un trabajo de arqueología del futuro, que requiere paciencia e imaginación. Debemos desenterrar la capacidad de ver más allá del horizonte de lo obvio, de sentir el aliento de la historia incluso cuando parece que el aire se ha vuelto demasiado enrarecido para respirar.
Esta es la verdadera contranarrativa: no una oposición frontal al relato dominante, sino el paciente tejido de un nuevo tapiz de significados, donde los hilos del pasado se entrecruzan con los de un futuro aún por inventar. Es un trabajo que llevará generaciones, pero quizá sea la única manera de despertar las conciencias de la hipnosis del presente perpetuo. Sólo así, tal vez, podremos volver a ser no meros espectadores sino protagonistas activos de esa gran aventura colectiva que llamamos historia.
Ya no es el momento de manifestaciones o barricadas: es el momento de reconstruir, palabra por palabra, imagen por imagen, el atrofiado músculo de la imaginación.
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https://www.weltanschauung.info/2024/12/il-tempo-sospeso.html
Traducido por Counterpropaganda