EL MITO DE LA SUPERIORIDAD DEMOCRÁTICA
Históricamente, se ha desarrollado una narrativa que asocia los sistemas democráticos con una supuesta superioridad moral. Esta concepción tiene sus raíces en la antigua Atenas y encontró una expresión particular durante la época del imperialismo británico, para consolidarse en el periodo de la posguerra del siglo XX.
En los últimos años, los llamados derechos civiles, las libertades individuales y el falso pluralismo político se han utilizado como elementos de legitimidad, incluso cuando las acciones internacionales de ciertos estados contradecían los principios democráticos profesados. Por ejemplo, cuántas veces hemos oído que «Israel, en Oriente Medio, es el único país donde existe el orgullo gay». Como si esto fuera una garantía de superioridad moral, sin importar si ellos, que se dicen demócratas, emprenden acciones militares que desestabilizan otras regiones.
Sin embargo, la democracia, en su esencia, debería basarse en el respeto de los derechos humanos, la autodeterminación de los pueblos y la resolución pacífica de los conflictos. Cuando estos mismos estados recurren a la fuerza militar, creando inestabilidad y sufrimiento, surge una paradoja ética y política.
¿Qué significa ser una democracia en el siglo XXI?
¿Se mide por cuántos desfiles del orgullo se organizan, o por cuántos autobuses arco iris se ponen en circulación?
¿Cuenta acaso la responsabilidad en las acciones militares internacionales?
Evidentemente no, para ser democrático, moralmente superior y culturalmente evolucionado basta con organizar grotescos desfiles con banderas arco iris y promulgar unas cuantas leyes «antihomofobia». Lo demás no importa.
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Traducido por Counterpropaganda