El cómplice y el soberano – Giorgio Agamben
Me gustaría compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la situación política extrema que hemos vivido y de la que sería ingenuo creer que hemos salido o incluso podamos salir.
Creo que incluso entre nosotros no todo el mundo se ha dado cuenta de que lo que tenemos enfrente es cada vez más que un abuso flagrante en el ejercicio del poder o una perversión - por grave que sea - de los principios del derecho y de las instituciones públicas. Más bien, creo que nos enfrentamos a una línea de sombra que, a diferencia de la de la novela de Conrad, ninguna generación puede creer poder sobrepasar impunemente.
Y si, algún día, los historiadores investigaran lo que ocurrió al amparo de la pandemia, resultaría, creo, que nuestra sociedad quizá nunca había llegado a un grado tan extremo de crueldad, irresponsabilidad y, al mismo tiempo, desintegración. He utilizado correctamente estos tres términos, atados hoy en un nudo borromeo, es decir, un nudo en el que cada elemento no puede ser desatado por los otros dos. Y si, como afirman algunos no sin razón, la gravedad de una situación se mide por el número de asesinatos, creo que este índice es también mucho más elevado de lo que la gente ha creído o pretende creer.
Tomando prestada de Lévi-Strauss una expresión que utilizó para Europa en la Segunda Guerra Mundial, se podría decir que nuestra sociedad se ha "vomitado a sí misma". Por eso creo que no hay salida para esta sociedad de la situación en la que se ha encerrado más o menos conscientemente, a menos que algo o alguien la ponga en cuestión de arriba abajo.
Pero no es de eso que quería hablar; más bien me gustaría interrogarme junto a vosotros sobre lo que hemos hecho hasta ahora y podemos seguir haciendo en una situación como ésta. De hecho, estoy totalmente de acuerdo con las consideraciones contenidas en un documento que fue difundido por Luca Marini sobre la imposibilidad de una reconciliación. No puede haber reconciliación con quienes han dicho y hecho lo que se ha dicho y hecho en estos dos años.
No tenemos ante nosotros simplemente a hombres que se han engañado a sí mismos o que han profesado opiniones erróneas por alguna razón, que podemos tratar de corregir. Los que piensan esto se engañan a sí mismos. Tenemos ante nosotros algo diferente, una nueva figura de hombre y de ciudadano, por utilizar dos términos conocidos en nuestra tradición política.
En todo caso, se trata de algo que ha ocupado el lugar de esa díada y que propongo denominar provisionalmente con un término técnico en derecho penal: el cómplice - siempre que dejemos claro que se trata de una figura especial de complicidad, una complicidad absoluta, por así decirlo, en el sentido que trataré de explicar.
En la terminología del derecho penal, el cómplice es aquel que ha realizado una conducta que no constituye en sí misma un delito, pero que contribuye a la acción delictiva de otra persona, el perpetrador. Nos hemos enfrentado y nos enfrentamos a individuos - en realidad, a toda una sociedad - que se ha hecho cómplice de un delito en el que el perpetrador está ausente o, en todo caso, no se le menciona. Una situación paradójica, es decir, en la que sólo hay cómplices pero el perpetrador no está presente, una situación en la que todos - ya sea el presidente de la República o un simple ciudadano, el ministro de Sanidad o un simple médico - actúan siempre como cómplices y nunca como perpetradores.
Creo que esta singular situación puede permitirnos leer el pacto hobbesiano desde una nueva perspectiva. Es decir, el contrato social ha tomado la forma - que es quizás su verdadera y extrema forma - de un pacto de complicidad sin el perpetrador - y este perpetrador ausente coincide con el soberano cuyo cuerpo está formado por la misma masa de cómplices y por lo tanto no es más que la encarnación de esta complicidad general, de este ser "complici", es decir, doblado juntos, de todos los individuos.
Una sociedad de cómplices es más opresiva y asfixiante que cualquier dictadura, porque los que no participan en la complicidad - los no cómplices - están pura y simplemente excluidos del pacto social, no tienen cabida en la ciudad.
Hay también otro sentido en el que se puede hablar de complicidad, y es la complicidad no tanto y no sólo entre elciudadano y el soberano, sino también y más bien entre el hombre y el ciudadano. Hannah Arendt mostró en repetidas ocasiones la ambigüedad de la relación entre estos dos términos y cómo, en las Declaraciones de Derechos, lo que realmente está en juego es la inscripción del nacimiento, es decir, la vida biológica del individuo, en el orden jurídico-político del Estado-nación moderno.
Los derechos se atribuyen al hombre sólo en la medida en que es el presupuesto inmediatamente diluyente del ciudadano. La emergencia con carácter estable en nuestro tiempo del hombre como tal es un indicio de la crisis irreparable de esa ficción de identidad entre el hombre y el ciudadano en la que se funda la soberanía del Estado moderno.
Lo que hoy tenemos ante nosotros es una nueva configuración de esta relación, en la que el hombre ya no pasa dialécticamente al ciudadano, sino que establece una relación singular con éste, en el sentido de que, con el nacimiento de su cuerpo, proporciona al ciudadano la complicidad que necesita para constituirse políticamente, y el ciudadano, por su parte, se declara cómplice de la vida del hombre, cuyo cuidado asume.
Esta complicidad, os habréis dado cuenta, es la biopolítica, que ahora ha alcanzado su extrema - y esperemos que definitiva - configuración.
La pregunta que quería plantear entonces es la siguiente: ¿hasta qué punto podemos seguir sintiéndonos obligados con esta sociedad? O si, como creo, seguimos sintiéndonos algo obligados a pesar de todo, ¿de qué manera y dentro de qué límites podemos responder a esta obligación y hablar públicamente?
No tengo una respuesta exhaustiva, sólo puedo decir, como el poeta, lo que sé que ya no puedo hacer.
Ya no puedo, ante un médico o cualquier persona que denuncie la forma perversa en que se ha utilizado la medicina estos dos últimos años, no cuestionar en primer lugar la propia medicina. Si no nos replanteamos en qué se ha convertido progresivamente la medicina, y quizás toda la ciencia de la que pretende formar parte, no habrá esperanza de detener su curso letal.
Ya no puedo, ante un jurista o cualquier persona que denuncie la forma en que se han manipulado y traicionado el derecho y la constitución, no poner en cuestión el derecho y la constitución en primer lugar. ¿Es necesario, por no hablar de la actualidad, que recuerde aquí que ni Mussolini ni Hitler necesitaron poner en cuestión las constituciones vigentes en Italia y Alemania, sino que encontraron en ellas los dispositivos que necesitaban para establecer sus regímenes?
Es posible, por tanto, que el gesto de quienes hoy pretenden basar su batalla en la constitución y los derechos esté ya derrotado de entrada.
Si he evocado esta doble imposibilidad mía, no es de hecho en nombre de vagos principios metahistóricos, sino, por el contrario, como consecuencia ineludible de un análisis preciso de la situación histórica en la que nos encontramos. Es como si ciertos procedimientos o principios en los que creíamos o, más bien, pretendíamos creer, hubieran mostrado ahora su verdadero rostro, que no podemos dejar de mirar.
No pretendo con ello desvalorizar o considerar inútil el trabajo crítico que hemos realizado hasta ahora y que sin duda seguiremos realizando hoy aquí con rigor y agudeza. Este trabajo puede ser y es ciertamente útil desde el punto de vista táctico, pero sería una prueba de ceguera identificarlo simplemente con una estrategia a largo plazo.
En esta perspectiva, queda mucho por hacer y sólo puede hacerse abandonando sin reservas conceptos y verdades que damos por sentados. El trabajo que tenemos por delante sólo puede comenzar, según una bella imagen de Anna Maria Ortese, allí donde todo está perdido, sin compromisos y sin nostalgias.
Giorgio Agamben
28 de noviembre de 2022
Fuente:
https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-il-complice-e-il-sovrano
Traducido por Counterpropaganda