La desacralización del ser humano y de su cuerpo a la que asistimos hoy en día, cuyos síntomas han sido anticipados en gran medida por el arte contemporáneo a lo largo de aproximadamente los últimos cien años, ya estaba contenida a un nivel inconsciente y embrionario en la era moderna y en el Iluminismo.
Penetrada de forma cada vez más profunda en la sociedad occidental tras el positivismo y la revolución industrial, alcanza por fin su culminación más radical con el llamado transhumanismo, facilitado por una ciencia que, si por un lado es presa de la hybris y de un delirio prometeico obediente al imperativo categórico de "si es posible hacerlo, hay que hacerlo", por otra parte, reconoce como único límite su sumisión al capital, del que obtiene financiación y legitimación mediática a cambio de efectos prácticos capaces de permitir, entre otras cosas, la plena transición al capitalismo de la vigilancia.
Encontramos una clara referencia a esta progresiva marginación de la posición del hombre en el cosmos en un ensayo de Sigmund Freud de 1916 titulado "Una dificultad del psicoanálisis". En este texto, el médico vienés sostenía que la ciencia, desde sus inicios, había infligido tres graves heridas narcisistas a la imagen milenaria que el hombre tenía de sí mismo.
La primera herida, de carácter cosmológico, está relacionada con la sustitución del geocentrismo ptolemaico por el heliocentrismo copernicano, que rebajó a la Tierra al rango de planeta entre los planetas.
La segunda, de carácter biológico, surge de la adopción del evolucionismo darwinista como explicación universalmente aceptada del origen del hombre. Con ella, la humanidad fue despojada de todo residuo metafísico y teleológico para ser relegada por completo al reino animal.
El tercer golpe a la autoestima humana sería finalmente de naturaleza psicológica y consecuente al descubrimiento psicoanalítico del inconsciente visto como un enorme océano en cuyos oscuros abismos se agitan fuerzas poderosas y en cuyas olas el yo consciente, privado de su papel central y omnipotente, flota como una pequeña y frágil balsa.
Si, cuando Freud escribió esto, el ser humano, aunque muy disminuido en su percepción por estos tres drásticos cambios de perspectiva, conservaba aún una posición eminente y privilegiada en el mundo, fue durante el siglo XX cuando su imagen se hizo añicos irremediablemente: tras las experiencias totalitarias de dominación, movilización y gestión de las masas, tras la especialización extrema de la medicina, que descompuso su totalidad en aparatos, órganos y funciones similares a los de otros vertebrados, y tras la afirmación colectiva, en diversos grados de intensidad, del ecologismo y el animalismo, el hombre occidental acabó por hundirse en el plano inclinado del relativismo ontológico, encontrándose finalmente no sólo como una entidad cualquiera entre las entidades, no sólo como un mero cuerpo entre los cuerpos, no sólo como un animal entre los animales, sino incluso a menudo como un ser moral y éticamente derrotado en comparación con los demás seres vivos.
Así pasamos del dicho protagórico, retomado en cierta medida también durante el humanismo y según el cual "el hombre es la medida de todas las cosas", al autodestructivo extremismo verde que acusaba al hombre de ser un cáncer y un parásito de la Tierra.
En esta caída en constante aceleración hacia lo infrahumano, era inevitable que el hombre retrocediera, en palabras de Heidegger, de ser el "pastor del Ser" a una mera cabeza de ganado sometida a las prácticas zootécnicas de los animales de granja.
Esta autodevaluación antropológica de varios siglos permite que hoy, a pesar de la obsesión por lo políticamente correcto desde el punto de vista lingüístico, se hable impunemente de rebaño sin que nadie se sienta insultado, permite que se propongan experimentos farmacéuticos masivos, incluso con niños y mujeres embarazadas, sin que se suscite la indignación habitual que se observa en el ámbito de la protección de los animales y, por último, permite que las personas con su aprobación, sean tratadas por el poder como perros domésticos a los que se permite salir a horas fijas por los alrededores de su casa, siempre equipadas con bozales y dispositivos de rastreo, obligadas a tener registros veterinarios actualizados para poder desplazarse, y con el fantasma, ya sutilmente introducido en el debate público, de futuras esterilizaciones y eutanasias.
Fuente: https://www.weltanschauung.info/2021/04/dallilluminismo-al-transumanesimo.html
Traducido por Counterpropaganda